23.7.08

La chica de los ojos de la luna

Lo único que voy a decir es que este post no ha sido escrito por mi, lo hizo un escultor de almas.



Estas palabras son para la señora de los escándalos, para la niña de ojos tristes, para la muchacha del mordisco en el labio y para la anciana que busca su camino. Para que en ellas se reconforte, se escuche, se reconozca, se perfeccione, se pierda y se vuelva a encontrar; para que sean su espejo y su puerta, su mecedora y su catre, su ventana y su guarida.

Dos veces la ví y ninguna. Muchas veces la quise y la deseé, pero también me desentendí y me ofusqué. Ninguna la tuve y siempre la recuerdo. Da la impresión de ser fuerte en su debilidad. ¿Cuál es su debilidad? El pensamiento que quiere ser fuente de libertad y que termina siendo razón de esclavitud. Qué manía con pensar, pensar y pensar. Y nunca para bien, siempre para sentirse mal.

¿Dónde está la razón, la necesidad, de sentirse mal? Quizá en el vacío de una existencia que ella quiere que sea esplendorosa. Pero lo que se quiere rara vez se consigue, y cuando se consigue no se quiere. Lo que se desea sí se consigue. Pero para desear hay que saber qué se quiere, y sobre todo saber quién es uno. Con las pocas personas que han llegado a saber quienes eran, y Luna quiere ser una de esas personas. Al menos quiere ser algo.

Luna es una niña, una anciana, una mujer y una muchacha. Cuatro niveles. La mujer quiere ser respetada, la anciana quiere ser libre, la niña quiere ser querida y la muchacha atractiva. Quiere cuatro cosas más. Ya son cinco.

Luna quiere entender por qué la gente es así con ella, de ‘esa’ manera…ya sabes, de esa manera que le hace daño a veces, o que le hace sentirse mal consigo misma a veces, o que le hace sentirse estúpida, abandonada, sola, necesitada. Quiere entender, y por más que intenta consigue menos. Se desespera. Y no quiere desesperarse. O quiere no desesperarse. Ya son siete cosas las que quiere.

Quiere estar sana. Son ocho. Quiere divertirse. Son nueve. Quiere dinero. Son diez. Quiere olvidar algunas del pasado, y con eso hay once cosas. Y quiere tranquilidad. Y con esto ya tenemos doce cosas.

¿Pero qué desea? Ni siquiera ella lo sabe. El deseo nace de lo más profundo del corazón, y su corazón late por ser escuchado, aunque se niega a escucharle. Le niega algo de tiempo. Mientras, quiere hablar de ella, y de ella y de ella. Y quiere que escriban sobre ella. Quiere respuestas. El número mágico, el trece.

La respuesta no se encuentra nunca en el exterior, sino en todo lo demás, es decir en uno mismo, que es mucho más grande, para uno mismo, que el exterior. No se encuentra en odiar y estar resentido, ni en la mala hostia, ni en ceder a impulsos violentas. Sino en perdonar y comprender a los demás, cosa que no haces, porque no quieres, nunca has querido, ni podido, perdonarte a ti misma, aunque quizá alguna vez hayas creído que sí.

La respuesta está en no necesitar a nadie, pero en desear conocer a todo el mundo, o conocer lo que pueden compartir contigo. Pero para compartir hay que perdonarse, sin culpa, sin miedo.

Ningún efecto surtirán estas palabras a menos que surjan de ti misma. Y surgirán. Algún día. Algún día te perdonarás y aceptarás lo que eres, y encontrarás algo en ti que nadie, ningún amor o pérdida, podrá regalar o robar.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

jo, qué bien escribe el que lo haya hecho...

mda dijo...

Si bueno, cree saber demasiado el que lo escribió ;-)